Muere la leyenda del cine que convirtió a los villanos en arte
La industria cinematográfica despide a Udo Kier, una figura irrepetible cuya presencia magnética y personalidad artística lo llevaron a construir una de las carreras más singulares del cine europeo y estadounidense. Con más de cinco décadas de trayectoria y más de 275 películas en su filmografía, el actor alemán dejó una huella profunda interpretando a personajes intensos, enigmáticos y muchas veces oscuros. Su muerte, confirmada a los 81 años, marca el final de una era para los amantes del cine de autor y de culto.

Kier falleció en un hospital de Palm Springs, California, según comunicó su pareja, Delbert McBride, a medios especializados. Aunque no se brindaron detalles sobre la causa del fallecimiento, la noticia generó un inmediato homenaje global a un actor cuya vida estuvo marcada por una mezcla de drama personal, talento y una inusual capacidad para reinventarse constantemente.
Nacido en 1944 en Colonia, bajo el nombre de Udo Kierspe, llegó al mundo en un contexto extremadamente difícil. El edificio donde su madre dio a luz fue bombardeado poco después, un episodio que él mismo relató en varias entrevistas como una metáfora amarga de su entrada al mundo. Durante su infancia, creció en una Alemania devastada por la posguerra y recordaba aquellos años como un tiempo de carencias profundas. «Mi infancia fue horrible», confesó en una entrevista citada por la prensa, explicando que su familia vivía con recursos muy limitados y que no tuvieron agua caliente hasta su adolescencia.
A pesar de estas dificultades, Kier descubrió temprano su fascinación por la interpretación. Se mudó a Londres para estudiar inglés y fue allí, casi por casualidad, donde un encuentro fortuito en una cafetería lo llevó a su primer papel frente a cámara. Más tarde admitiría que lo motivó algo más íntimo y directo: «Me gustaba la atención, así que me hice actor», declaró en una entrevista reciente.

Su salto a la fama llegó en la década del 70 gracias a la película de terror “La marca del diablo”, que lo posicionó rápidamente como un intérprete ideal para roles intensos, misteriosos y moralmente ambiguos. Su aspecto hipnótico y su capacidad para dotar de profundidad incluso a personajes breves llamaron la atención de figuras clave del cine alternativo. Su carrera dio un giro decisivo cuando coincidió en un avión con el director Paul Morrissey, lo que lo llevó a trabajar en producciones vinculadas a Andy Warhol como “Flesh for Frankenstein” y “Blood for Dracula”.
A partir de entonces, su nombre se volvió imprescindible en el cine de autor europeo. Colaboró con directores como Rainer Werner Fassbinder, Dario Argento y, especialmente, Lars von Trier, con quien mantuvo una estrecha relación profesional y personal. Películas como “Rompiendo las olas”, “Melancolía”, “Dogville” y “Ninfómana: Vol. II” lo consolidaron como un actor valiente, dispuesto a explorar emociones complejas y personajes extremos.
Su presencia también se hizo sentir en Hollywood, donde participó en cintas populares como “Ace Ventura: Pet Detective”, “Armageddon”, “Blade”, “End of Days”, así como en producciones más recientes del cine independiente. Además, incursionó en el mundo de los videojuegos, prestando su voz a personajes icónicos como Yuri en Command & Conquer: Red Alert 2 y colaborando en títulos como Call of Duty: WWII.
Kier siempre habló con humor y honestidad sobre su carrera. Solía decir que, de las más de 200 películas en las que participó, «100 son malas, 50 se pueden ver con una copa de vino y 50 son realmente buenas». También afirmaba que prefería interpretar villanos antes que personajes cotidianos, porque “el público siempre recuerda al que logra causar impacto”.
A lo largo de su vida, fue abiertamente gay y mencionó en diversas oportunidades que su orientación nunca representó un obstáculo para su carrera: «Lo único que importaba era el papel, no mi vida personal», declaró en una ocasión.
Radicado en Palm Springs desde principios de los años 90, vivió rodeado de arte, diseño y naturaleza. Decía que, si no hubiera sido actor, le habría encantado ser jardinero. Frecuentaba el Festival de Cine local, donde disfrutaba conversar con admiradores y viejos colegas.
El legado de Udo Kier permanece vivo en cada uno de sus personajes: en sus miradas intensas, en su estilo inconfundible y en su capacidad de transformar incluso un rol breve en un momento inolvidable. Su partida deja un vacío en el cine, pero su trabajo seguirá resonando por generaciones.