Máximo Kirchner y su preferencia más comentada: el hábito que volvió a viralizarse

Durante años, en el universo político argentino circuló una pequeña incógnita envuelta en tono de broma, guiños internos y comentarios al pasar. No se trataba de una estrategia electoral ni de un movimiento partidario, sino de un detalle íntimo sobre Máximo Kirchner, un gusto cotidiano que, aunque parecía irrelevante, terminó convertido en una pieza curiosa dentro del folclore alrededor de su figura.

La pregunta —aparentemente simple— giraba en torno a qué era aquello que consumía con tanta insistencia y que generaba tantas referencias en su entorno. El tema cobró especial fuerza cuando Cristina Fernández de Kirchner mencionó públicamente la costumbre de su hijo, casi como quien revela un secreto familiar con una sonrisa contenida. No dio detalles técnicos ni lo presentó como una extravagancia, pero lo comentó con la naturalidad de quien está contando algo que lleva años observando en casa.

Ese comentario, lanzado al aire en un acto político, quedó vibrando como una pequeña pista. ¿Era una manía heredada? ¿Un capricho? ¿Un clásico doméstico convertido en ritual? Las especulaciones crecieron con cada repetición del fragmento en redes, donde el público rescataba entrevistas, videos y anécdotas que parecían apuntar exactamente a lo mismo.

La respuesta terminó de confirmarse cuando, al revisar la transcripción completa del discurso viralizado y otras intervenciones públicas de Cristina, apareció la explicación con absoluta claridad. La ex Presidenta relató que su hijo no solo disfrutaba de consumir Coca-Cola, sino que mantenía una defensa férrea de una versión muy específica del producto: la de botella de vidrio. Según explicó, Máximo estaba convencido de que esa presentación tenía un sabor distinto y —en su opinión— más auténtico que el de la bebida servida en envases de plástico o en lata.

La preferencia, lejos de tratarse de un capricho pasajero, habría acompañado al diputado desde su juventud. Con el tiempo se transformó en un gesto que su propio entorno reconocía como parte de su identidad cotidiana, una de esas pequeñas costumbres que no requieren explicación porque están incorporadas en la rutina familiar. Cristina contó incluso que su hijo siempre insistió en que el vidrio conserva mejor la bebida, que la hace más “verdadera”, y que ninguna otra presentación le resulta igual de satisfactoria.

En distintos clips que volvieron a circular recientemente, puede verse que este consumo aparece mencionado en tono distendido, casi como un guiño humorístico que emana de la complicidad familiar. En algunos tramos, Cristina utilizó la reflexión para destacar la importancia de los envases retornables, señalando que la industria del vidrio forma parte de un circuito de producción nacional que debería ser fortalecido. De ese modo, una simple anécdota doméstica terminó vinculándose con discusiones económicas y ambientales.

La preferencia de Máximo también fue adoptada como material para comentarios políticos, chicanas amables y referencias dentro del espacio. Lo que comenzó siendo un hábito personal se transformó en un pequeño ícono cultural que genera simpatía, curiosidad y, en ocasiones, debate sobre por qué la bebida embotellada en vidrio tiene tantos adeptos entre quienes aseguran que su sabor es inconfundible.

Hoy, con el video nuevamente viral y la aclaración explícita de Cristina Fernández de Kirchner, ya no quedan dudas: el gusto más firme y constante de Máximo Kirchner no tiene connotaciones misteriosas ni mensajes subliminales. Simplemente prefiere la Coca-Cola en botella de vidrio, una elección que sostiene desde hace décadas y que, con el tiempo, adquirió aura de tradición familiar y comentario público inevitable.

A veces, la política despliega complejidades enormes. Y otras veces, las historias que más capturan la atención nacen de detalles tan elementales como un sorbo frío servido en el envase exacto que un dirigente —en este caso, Máximo— no está dispuesto a cambiar por nada.